Fanfic por Savage
Kitten
Betareading por Pekkochu
Ai Shiteru, Kyo
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos son los que abandonan,
Son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
No encuentran... Buscan...
El día aún no acababa y ya se había hecho demasiado largo. Sería quizá más de media tarde cuando finalmente llegaron. Kyo salió del vehículo en cuanto éste se estacionó, con la cabeza baja, enojado consigo mismo. Cada paso que daba era pesado y torpe.
La entrada se encontraba cubierta por la nieve caída en exceso, donde el joven de ojos castaños se detuvo al pie de las escaleras, pensativo. Alzó poco a poco la vista y miró la fachada de la casa: estaba descuidada, en el total abandono. Buscó entonces en los alrededores y se fijó en las ventanas. Nada. Una extraña sensación embargó su pecho, pero no se movió. Detrás de él y a su alrededor sólo había frío, soledad; y aunque no quisiera admitirlo, un marcado olor a muerte.
- ¿Satisfecho? - Preguntó Yagami desde el cofre del carro en tono sarcástico.
El chico no respondió, sin embargo giró un poco el cuerpo para ver al pelirrojo, pero en lugar de eso, su pensamiento se perdió más allá del camino que se tendía detrás de Iori, mismo que se prolongaba hasta la muralla, pasando por en medio de la vereda que llevaba a las puertas de entrada, justo detrás de aquellos árboles que, a diferencia de los del campo santo, estaban completamente muertos.
Al ver eso un escalofrío recorrió su espalda.
Obligó entonces a su mente a fugarse de nuevo por un momento de la nieve que lo cubría todo para transportarse a un lugar lejano donde el sol todavía brillaba con fuerza y el jardín rebosaba de vida.
- ¿Kyo? - Demandó el pelirrojo, pero en esta ocasión apartó el sarcasmo de su pregunta. Le inquietaba ver el rostro de Kusanagi, por que lo único que podía observar en él era una confusión cada vez más grande. Pensó que hubiera sido mejor decirle todo lo que había ocurrido de una buena vez, pero conociéndolo, era mejor que él se diera cuenta por sí solo, y ahora estaba viendo el resultado.
- ¿Qué fue lo que sucedió aquí? - Las hebras castañas caían sobre sus ojos, ocultando las lágrimas contenidas.
- Dime qué sucedió Iori... dímelo de una buena vez! - Las pupilas escarlatas intentaron buscar las de Kyo, pero no pudieron, se había girado de nuevo para que Yagami no viera su llanto, que empezaba a resbalar por su rostro. Mientras avanzaba hacia Kyo, Iori tiró su cigarrillo a un lado del camino, donde la capa blanca chirrió al fundirse, pero fue algo imperceptible.
- Voy a entrar - Susurró.
- Te acompaño - Kyo meneó la cabeza en forma negativa. El pelirrojo, ante tal respuesta, solamente se encogió de hombros - Como quieras - y se sentó en las escaleras a fumar de nuevo.
Un leve eco se dejó escuchar, cuando por fin entró. Se sorprendió de ver que, a pesar del descuido y del abandono, los cristales se encontraban transparentes como el agua, tanto así que pudo distinguir la silueta del pelirrojo contra la nieve, y observar cómo las volutas de humo se desprendían de su boca.
Sonrío al verlo ahí sentado, con esa actitud tan indiferente, pero a su vez tan interesado por lo que le ocurriera.
Bueno, pero eso no era lo que le preocupaba en ese momento. Abrió pues, la ventana, y un viento gélido heló su rostro, sonrojando sus mejillas y resecando sus labios; nublándole la vista por un segundo, pero también llevándose consigo el polvo de los años. Pudo mirar entonces con detalle el interior gracias a la luz: todavía quedaban regados por ahí algunos muebles, pero otros habían sido sustraídos. De igual forma varias ventanas y puertas se hallaban clausuradas con maderos, y la mayoría de las paredes estaban o bien con el tapiz cayéndose a pedazos, o bien manchadas de graffiti's.
Esta visión le causó tal horror que tuvo que llevar una mano a su cabeza y buscar apoyo con la otra en el marco de la ventana para evitar la caída.
Gimió. No por el escenario que se mostraba ante él, su cabeza comenzó a zumbar y una penetrante punzada en la parte posterior le castigaba severamente.
La alfombra que aún permanecía en el suelo aminoró el golpe cuando cayó de rodillas, apoyándose en la mano que antes tenía en la ventana. Su respiración se volvió desesperada.
- ¡Basta! - Chilló en voz baja. Sin embargo, aquello se hacía cada vez más fuerte e insoportable, hasta que finalmente lo venció, desplomándolo por completo, pero sin perder del todo el sentido.
- ¡Ah! - gimió de nuevo. Como pudo, trató de incorporarse, con lentitud, sujetándose a la pared. Miró de nuevo y todo se hizo oscuridad y silencio, pero no era el silencio del abandono y de la desidia; hubo algo en aquella calma que le heló la sangre y erizó los cabellos de la nuca. Quizá miedo, pero no sabía el porqué.
Aparte del mutismo, el ambiente cambió de pronto, la luz se volvió gélida y azulada, el aire seguía helado, pero estaba más denso, más difícil de respirar, el espacio donde estaba le pareció ajeno y distante, como si todo aquello fuera una ilusión o un mal escenario donde él había sido colocado, y que con sólo tocarlo, se desplomaría.
Se acercó de nuevo a la ventana y echó un vistazo. Creyó en ese instante que había enloquecido por fin.
No podía creer lo que estaba viendo. No encontró al pelirrojo, en su lugar, halló un campo verde y árboles frondosos. En efecto, era la imagen que anheló instantes atrás, pero... ¿Cómo era posible? ¿Había muerto acaso de la impresión? No era así, de nuevo estaba equivocado. Por el contrario, a espaldas del jardín de la ventana, detrás de él, por un largo pasillo, el cual no recordaba a dónde iba, escuchó el sonido de unos pasos ligeros y firmes, que a su vez sonaban lejanos... y conocidos. Se preguntó si acaso alguien más estaba allí con él, y de ser así, ¿Qué era lo que quería?
Sin pensarlo dos veces fue tras la respuesta.
Avanzó ansioso por el corredor, hacia donde oía aquellos pasos que se alejaban con suavidad, olvidándose por completo de la visión de la ventana, porque era sólo eso ¿Verdad?. La oscuridad lo envolvió todo de un momento a otro, el frío se hacía más intolerable y aquel camino se le figuraba cada vez más largo e infinito. Llegó un instante en que no podía ver nada, no sabía dónde era qué, y tuvo que poner las manos al frente para evitar un choque contra alguna pared. Y lo hizo muy a tiempo.
Metros adelante el corredor terminaba. No había puertas, ni ventanas, ni escaleras. No se podía distinguir derecha de izquierda o arriba de abajo, todo era una gran nada negra, y Kyo estaba metida en ella sin poder salir.
- ¿Qué demonios...? Se preguntaba cuando sin saber cómo, cayó de manera escabrosa, sin detenerse, sintiendo cómo su cuerpo chocaba contra algo líquido ¿Agua dentro de la casa? Por favor, ahora sí debía de estar loco. Intentó de todas formas salir de allí, ya fuera de una forma u otra, nadando o corriendo, pero su cuerpo seguía sumergiéndose, cada vez más y más abajo hasta que, por fin, paró contra el suelo de bruces. ¿Qué había sido aquello? No tenía ni la más mínima idea, pero debió ser verdad, pues estaba empapado hasta la médula.
Se volvió boca arriba, tratando de reponerse del impacto, y fue cuando sus ojos contemplaron la extraña imagen del techo. Sí, ahí estaba, encima de él, ese reflejo de agua por donde había pasado, similar al que se ve en un cuerpo de agua común y corriente, salvo porque éste tenía un extraño color rojizo.
Lo contempló, atónito, sin poder hilar lo que estaba sucediendo. Eso se convertía a cada minuto que pasaba en algo loco, pero más que eso, en algo espeluznante.
- Váyanse al demonio – murmuró. Con un impulso se puso de pie, decidido a salir de ahí de una vez por todas, pero el problema era por dónde. Maldijo entonces su suerte.
Retrocedió un paso, mientras observaba la techumbre, o mejor dicho, ese extraño espectro sobre su cabeza, por que no le constaba que estuviera en el techo. Fue cuando chocó de espaldas contra algo, haciendo que se girara de inmediato, sólo para encontrarse frente a un enorme espejo. No recordaba que estuviera allí, pero en ese momento cualquier cosa podía suceder.
- ¿Y ahora qué? – dijo con fastidio. Contempló su reflejo, observando cada detalle de él, la ropa mojada, el cabello húmedo. Alzó la mano y lo tocó; frío como el aire que entró por la ventana momentos atrás. Sus dedos dejaban un rastro mojado mientras recorría su imagen. Pero había algo diferente ahí, algo en la mirada de su reflejo… era triste y melancólica.
Pensándolo bien, tal vez eso no era lo extraño. Debía admitir que estaba decepcionado por todo lo ocurrido, quizá con el orgullo roto, eso le pareció motivo suficiente para sentirse así, para justificar aquélla expresión de su rostro reflejada en el cristal.
Acercó el rostro para poder contemplar mejor la imagen, y fue entonces cuando ésta le sonrió. Kyo se retiró de un salto, pues de nuevo, no podía creer lo que estaba pasando. Retrocedió un paso y resbaló de espaldas al pisar el charco que se produjo con su anterior su caída, quedando de frente a aquel espectro que se le presentaba y le sonreía.
Estuvo a punto de echar a correr, pero no lo hizo, al darse cuenta de que aquello no podía traspasar la pantalla de mercurio.
Kusanagi se levantó, dudoso entre si acercarse o irse definitivamente. Al final, la curiosidad mató al gato.
-¿Qué eres? – le preguntó. Sin embargo, su otro yo no le dio una respuesta, al menos no con palabras. Le hizo una seña para que se aproximara más.
-¿Qué quieres? – Insistió. Entonces su imagen se retrajo, como dándose el espacio necesario para hacer lo que deseaba. Kyo observaba extrañado, y a la vez con miedo. El que estaba al otro lado del espejo sólo realizó un breve movimiento con las manos, para quitarse un guante y llevar esa mano desnuda a la parte posterior de su cabeza, justo donde él sintió por primera vez aquella punzada que a su parecer, era la causante de todo aquello. El chico de ojos castaños sólo miraba expectante, esperando a ver qué diablos estaba haciendo ese doble suyo con la mano en la nuca, donde la dejó por unos instantes. La fue retirando poco a poco, trayendo consigo algo de cabello que se desparramaba a medida que quitaba la mano, para mostrársela a Kyo, que la contempló estupefacto.
Lo que vio fue sangre. Su sangre, escurriendo espesa por el dorso y la palma, cayendo en pequeñas gotas que se estrellaban contra el piso, dejándolo teñido de brillante escarlata.
Los ojos de Kyo se abrieron al máximo. Sintió que se desvanecía, que se precipitaba hacia atrás nuevamente, pero aquella mano sanguinolenta logró sujetarlo. Ya no había espejo o algo que se le pareciera, eran ellos dos, sólo ellos, uno enfrente del otro, sin barreras ni intermediarios.
La conciencia del chico de cabellos castaños se estaba esfumando, su equilibrio se perdió, caía. Y hubiera continuado si su reflejo, ahora encarnado, no lo hubiera detenido, colocando su otra mano en su espalda, depósitandolo poco a poco en el suelo, tomando su rostro con la palma ensangrentada, manchándolo del denso líquido.
- Recuerda - Le dijo - Debes hacerlo - insistió mientras se aproximaba a su rostro.
Recuerda... - Repitió, empezando a formar un eco hipnotizante.
Recuerda...
Despierta.
- ¡Despierta! - Ordenaba Yagami, mientras sacudía el cuerpo del joven inconsciente. - Maldita sea Kyo... ¡Despierta de una vez! - El pelirrojo acercó entonces sus labios a los de Kusanagi. Recién lo había encontrado tirado en la nieve, sin sentido y sin respirar... ahora intentaría reanimarlo.
De momento el chico abrió los ojos, y comenzó a toser, tratando de ganar aire. Cuando Iori lo encontró, su rostro estaba pálido y su piel de un color azuloso. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí tirado? Quizá nunca lo sabría.
- ¿Yagami?- exclamó al ver las pupilas rojas tan cerca de él.
- Idiota - reclamaba - sólo sabes meterte problemas.
Kusanagi sonrió ligeramente, y acto seguido, alzó sus brazos alrededor del cuello del pelirrojo, para que lo sacara de ahí, sin preguntas, sin quejas, ni reproches.
Continúa
Capítulo 10: Vaticinios
Todos los personajes pertenecen
a SNK
Ai Shiteru, Kyo es propiedad de Savage
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Marzo, 2004