Fanfic por Savage Kitten
Betareading por Pekkochu

Ai Shiteru, Kyo

Capítulo 11.- Interludios

 

 


 

 

«Me dueles.

Mansamente, insoportablemente, me dueles.

Toma mi cabeza, córtame el cuello.

Nada queda de mí después de este amor.

 

 

Entre  los escombros de mi alma búscame, escúchame.

En algún sitio mi voz, sobreviviente, llama, pide tu asombro,

Tu iluminado silencio. »

 

Jaime Sabines


 

 

Lo primero que vio al recobrar el conocimiento fue un extraño personaje arrodillado frente a él, que acercó un recipiente con agua a sus labios del cual bebió con desesperación. Trató de tomar el envase entre sus manos pero estaban atadas. Intentó llamar a las flamas escarlata pero la voz de su captor lo persuadió de ello.

 

–No tiene caso que intentes quemarlas –dijo de pronto el chico de cabello blanco–. Estás encadenado.

 

–¿Quién eres? –preguntó mientras luchaba en vano por liberarse.

 

–Mirage –fue la respuesta–. Y créeme, te sacaré vivo de aquí.

 

–¿En serio? –le replicó burlándose–. Primero me golpeas y luego quieres liberarme. En definitiva estás loco.  

 

Mirage parpadeó perplejo y luego sonrió, el muchacho tenía razón al decir aquello. De entre sus ropas sacó un pañuelo para limpiar la sangre y la suciedad del rostro de Kyo, cuya mirada de repulsión se fijó en las pupilas grises. Por su parte, el otro joven continuaba su trabajo con delicadeza, luchando a ratos con Kusanagi que se agitaba de un lado a otro tratando de evitar el contacto con aquel que consideraba su adversario.

 

 

–Quizá lo esté… –le respondió Mirage cuando finalmente atrapó el rostro de Kyo con su mano y lo inmovilizó con fuerza para poder asearlo–. Pero en todo caso, Katz es más peligroso que yo –concluyó al final de su faena.

 

–¿Katz?

 

Mirage asintió sin dejar de mirarle

 

–Él me hizo esto –las hebras blancas fueron echas a un lado por la mano que antes sujetaba su rostro, dejando al descubierto una herida sobre la blanca piel–. Tuve suerte ese día –que desapareció de nuevo entre los cabellos cuando cayeron.

  

***          

 

La puerta del apartamento se abrió finalmente después de tantos días. El joven pelirrojo entró apoyado en Kyo. A pesar de haber recibido un fuerte golpe, Iori corrió con suerte, pues sólo traía una pequeña gasa en la frente, pero a diferencia de Kyo, que pudo dormir todo el camino hasta el hospital dentro de la ambulancia, el cansancio que sentía en ese momento era grande, llegando incluso a ser incómodo.

 

Kusanagi se dio cuenta de la fatiga de su consorte. Claro, Iori dejó caer todo su peso sobre Kyo desde el momento en que descendieron del taxi proveniente de la clínica, teniendo que cargar con él hasta el elevador y de allí a través del pasillo a la entrada del domicilio.  

 

Iori sacudió su cabeza en un intento por mantenerse despierto mientras Kyo maniobraba tratando de cerrar la puerta y evitar enredarse con el pelirrojo, lo que resultaría en una visita al suelo. Finalmente lo consiguió y dio unos pasos hacia la pequeña sala conformada sólo por el sofá y la mesa de centro sobre la cual se localizaba el televisor.  

 

–No… –gruñó el pelirrojo cuando Kyo intentó acostarlo en el mueble.

 

–Pensé que sería lo mejor. –Iori miró de reojo al chico–. Está bien, te llevaré al cuarto.

 

 Como pudo, el chico de pelo castaño cargó de nuevo con Yagami, teniendo que repetir de nueva cuenta la maniobra realizada momentos atrás una vez que llegó a la entrada de la recámara. Aunado a esto, tuvo que esquivar el desorden de ropa y otros objetos que se encontraban en el piso llegando por fin al pie de la cama donde depositó a Iori. 

 

–¿Satisfecho? –preguntó el joven Kusanagi, pero el pelirrojo sólo gruñó por lo bajo a manera de respuesta–. De acuerdo –dijo Kyo–, te dejaré solo para que descanses. 

 

Kusanagi se retiró en silencio de la habitación después de correr las cortinas. Estaba a punto de salir de la recámara cuando la soñolienta voz del taheño a sus espalas le detuvo. 

 

–Kyo, espera.

 

Sin embargo, el joven no volteó a verlo.

 

–Dime.

 

–¿Cómo supiste lo del accidente?

 

–No sé a qué te refieres.

 

Iori se quedó extrañado ante tal respuesta, pero Kyo continuó:

 

–Hablaremos después que hayas descansado. –Y sin decir más cerró la puerta del cuarto detrás de sí. 

 

Caminó cabizbajo por el pequeño corredor, deteniéndose en un momento junto a la puerta de la cocina. Hubo algo allí que le hizo parar, pero como siempre no sabía qué, sin embargo entró y comenzó poco a poco a revolver todos y cada uno de los cajones y estantes, al principio con curiosidad y cuidado, pero conforme avanzaba en su búsqueda ésta se tornaba más desesperada, tratando de encontrar aquello que parecía llamarlo. 

 

Al cabo de algunos minutos las repisas estaban vacías. Kyo no halló nada significativo. Había hecho un desorden en vano, pero no tenía el humor en ese momento para recogerlo. Dio un paso hacia atrás para salir, cuando su vista se fijó en la rendija que se formaba entre el refrigerador y el lavadero de los trastos. Se dirigió a ella, agachándose y estirando el brazo a través del pequeño espacio, buscando entre el polvo con los dedos. 

 

Finalmente sus yemas encontraron algo y como pudo, lo trajo hacia él prensándolo entre sus dedos índice y medio.  

 

Un plato. Mejor dicho, lo que quedaba de un plato.  

 

Salió de la cocina y se dejó caer en el único escalón que marcaba el inicio del pasillo. Miró con extraña curiosidad el pedazo de loza blanca que tenía entre los dedos; le dio vueltas de arriba abajo y de un lado a otro como si eso disipara la extraña neblina que cubría sus pensamientos. Pero en lugar de eso, la cabeza comenzó a dolerle de nueva cuenta, trayendo consigo imágenes centelleantes de él y del pelirrojo que se sucedían desenfrenadas y a veces intolerables, sin que el chico pudiera darles una continuidad o sentido. Era un torrente imparable que terminó por marearle, haciendo que incluso sentado apoyara su mano en la pared, sacudiendo su cabeza en un intento por recobrar la lucidez y el equilibrio.  

 

Lo consiguió finalmente después de unos instantes. Su mirada se perdió a través del ventanal de la sala posándose en la imagen de las nubes, pero no era eso lo que observaba. En su mente pudo distinguir con claridad por primera vez la visión de unos ojos cenicientos mientras una sola palabra emergía de sus labios antes de encontrar por fin desahogo de todo lo ocurrido en un llanto desinhibido.  

 

–Mirage… 

 

***

  

–¡Kyo! –exclamó Mirage desde la ventana donde se encontraba recargado. Había escuchado claramente a Kusanagi llamándolo, viéndolo a través de la ventana del apartamento donde se localizaba y ahora Mirage también podía verle con nitidez, podía sentir la tristeza y confusión que embargaban al chico cuyas pupilas castañas  percibía a través del reflejo en el ventanal del cuarto donde estaba.  

 

Mirage inclinó la frente sobre la ventanilla cerrando sus ojos y adhiriendo sus manos al frío cristal. Trataba inconscientemente de localizar al joven que lo reclamaba mientras su aliento empañaba el vidrio.

 

– Kyo… –volvió a llamar. Entre imágenes y quimeras pudo observar la manera en que Kyo levantó la cabeza, como si hubiese escuchado su nombre, y cómo sus ojos pardos llenos de lágrimas se movieron  en busca de aquel que le llamaba.  

 

–Kyo… Estoy aquí… –jadeó. La respiración de Mirage se hizo ruidosa y su voz empezaba a desvanecerse. Se sentía próximo a un desmayo y así habría ocurrido si Katz no le sacara en ese instante de aquel trance en que había caído.

 

–¡Tonto! ¿Qué estás haciendo? –la exaltación de Katz era obvia. Tomó por la cintura al joven blanquecino y lo separó de la ventana, al mismo tiempo que la visión de Kyo se difuminaba para Mirage quien alargó su mano tratando de alcanzar algo que era imposible.

 

–Katz… algo salió mal –dijo mientras Katz lo lanzaba contra la cama.

 

–¿¡Qué estás diciendo!? –los ojos de Katz se abrieron al máximo, brillando de nuevo con esa cólera enfermiza que Mirage tanto temía. Pero debía enfrentarlo esta vez, era el momento que estaba esperando para echar a andar sus planes–. ¡Contéstame! –exigía el joven al tiempo que sacudía a Mirage contra el colchón.

 

–¡Deja de lastimarme! –gritó el muchacho bajo Katz.

 

–¿Hiciste lo que te dije? –preguntaba de manera insana al tiempo que el otro muchacho chillaba tratando de hacerle reaccionar–. ¡Dime! –pero como este último no cooperaba, nuevamente Mirage tuvo que hacer uso de su poder y lanzarlo lejos, aun a sabiendas de lo que Katz podía hacerle. Pero no le importaba.

 

–¡Escúchame, idiota! –comenzó Mirage después de quitárselo de encima, caminando hacía el lugar donde lo había tirado, agachándose junto a él y tomando su rostro con fuerza–. Que  sea la última, ¿entiendes?, la última vez que me hagas eso –le dijo entretanto Katz lo miraba sorprendido–. Sí, hice lo que me dijiste y sí, es cierto que algo salió mal, pero no tienes de qué preocuparte si dejas de actuar como un tonto y me pones atención.

 

–¿Qué fue lo que salió mal? –escuchó decir finalmente a Katz.

 

–Tenemos que irnos lejos de aquí, más de lo que pensábamos…

 

–¿Por qué? –demandó mientras se incorporaba.

 

–Ese chico puede verme –continuó–. Si estoy cerca de él es muy probable que recupere sus recuerdos poco a poco, y si es así, no podrá asesinar a Yagami. Si quieres que todo salga bien, debemos irnos lo antes posible de aquí, del territorio, de ser posible.

 

–¿Del país? Mirage, pides demasiado.

 

–¿Quieres que esto funcione? –inquirió con un dejo de enojo–. Si es así, te sugiero que sigas mi consejo.  

 

Katz meditó las palabras de Mirage por un momento. Si el chico tenía razón, era necesario entonces alejarse, pero si no, sólo sería una pérdida de tiempo. Pero por otro lado, si estaba en lo correcto y no seguía su consejo, todo se vendría abajo, era una decisión difícil para él. 

 

–Está bien Mirage –dijo después de unos minutos–. Pero necesito tiempo para organizar todo. ¿Tendrás algún problema con eso? 

 

Mirage meneó la cabeza en forma negativa. 

 

–Entonces así será. Nos iremos.

 

El muchacho blanquecino sonrió levemente:

 

–Gracias, Katz, verás que estás haciendo lo correcto –y selló sus palabras con un beso para el chico de cabellos negros.  

 

*** 

 

Únicamente habían transcurrido un par de horas cuando Yagami se despertó. Le parecía extraño que a pesar de no estar ebrio, la sed que sentía en ese momento era insoportable. Estaba comprobando que el pasar la noche en vela sin una gota de alcohol era peor que la más vil de las resacas. 

 

Se llevó una mano a la cabeza cuando sintió la punzada de una jaqueca segura.  

 

Maldiciendo para sí, se dirigía a la cocina a buscar algo para beber, esperando encontrar aunque fuera unas cuantas latas de cerveza para embriagarse y tal vez de esa manera tener una razón que le justificara el sentir aquello. 

 

Pero en lugar de ello, sólo encontró al muchacho que lo cargara horas atrás, sentado en el suelo y con los mechones de su largo cabello dispersados sobre la alfombra. 

 

–¿Kyo? –espetó al verlo así, pero el joven no reaccionaba.

 

–Lamento… –dijo de pronto–, lamento haberte dicho bueno para nada –mientras observaba el fragmento de porcelana que recogiera momentos atrás, apretándolo de pronto con su puño hasta sangrarse la palma.

 

–¿Qué estás diciendo? –Iori tomó a Kyo por el hombro para girarlo frente a él. Para sorpresa suya, las pupilas castañas le parecían desconocidas pues no tenían expresión alguna, era como sí estuviera mirando en los ojos de un muerto, y como tales, provocaron que un escalofrío bajara por su espalda. 

 

Empujó a Kusanagi ligeramente contra la pared cuando de forma instintiva se alejó de aquel cuerpo que parecía carecer de vida. Sin embargo, ese pequeño toque bastó para hacerle reaccionar. 

 

–Iori… –suspiró alegre cuando vio al pelirrojo–. ¿Dormiste bien? –Que simplemente asintió.

 

–¿Qué hace ese cuchillo ahí? –reparó Yagami al ver el reflejo plateado entre los mechones de pelo cercenado.

 

–Yo… –Kyo bajo la mirada, avergonzado–. Iori…creo que no tiene ningún sentido el tener esta apariencia, si no recuerdo siquiera nada de cuando tenía la anterior.

 

–¿Y crees que esto te ayudará?

 

–No lo sé, pero… –el muchacho se inclinó para tomar de entre los restos de cabello el instrumento–. ¿Podrías emparejarlo, por favor? –dijo esbozando una sonrisa que rayaba más en la tristeza.

 

–Tonto –concluyó al tomar el arma.

 

***

 

–Tuve suerte ese día…

 

–¿Quién es Katz? –preguntó Kyo. Sin embargo, Mirage tardó en contestarle. Con la mirada perdida, se alejó un poco del joven de pelo castaño hacia un rincón cercano en donde se agazapó en forma casi fetal y comenzó a pasar sus dedos repetidas veces por sus cabellos.

 

–Katz… –balbuceó después de un rato­–. Katz es sólo una máquina insaciable –murmuró por lo bajo–, es una cosa que asesina, que no piensa, que no siente… –El chico albino comenzó a temblar en un sollozo–. Le da lo mismo matar a una o cien personas, nunca estará satisfecho –y dirigió una mirada dura hacia Kyo–. Y una vez que lo haga contigo irá por Yagami.

 

–¡Ja! –refutó–. ¿En serio crees tú que ése pueda con él? Además, ¿cómo puedo fiarme de las palabras de un lunático?

 

–Qué necio eres –le contestó Mirage aún desde su rincón–. Esa arrogancia tuya no te llevará a ningún lado con nosotros.

 

–¿Quieres apostar? –le retó Kusanagi con una sonrisa torcida en los labios, misma que desapareció cuando Mirage le  sujetó de pronto el rostro de manera violenta, molesto con el chico.

 

–¿Acaso no te das cuenta tú, pequeño mentecato? Si a Katz se le antoja, puede arrancarte la piel a jalones sin importarle tus gritos y no acabaría en ese momento contigo, te dejaría sangrando, doliendo o quizá permitiría que tu carne se tornara putrefacta antes de matarte de una vez y por todas. –No obstante las advertencias de Mirage, Kyo continuaba con esa expresión altanera.

 

–Es inútil –agregó–. Solamente pierdo mi tiempo contigo –pensó en voz alta cuando soltó la cara de Kyo.

 

 Mirage se disponía a abandonar de nuevo al chico en las penumbras cuando de pronto le dijo: –Mirage, ¿porqué quieres sacarme de aquí?

 

–¿En realidad quieres saberlo? –preguntó con un tono malicioso al detenerse–. Con gusto te lo diré…

 

Mirage intentó continuar, cuando a lo lejos, detrás de las paredes, escuchó una voz desesperada llamándole.

 

–«¡Mirage!»

 

–Tengo que irme –respondió de súbito. Cerró la puerta detrás de sí de forma apresurada, dejando de nuevo al muchacho entre las sombras. Afuera, otro joven con el cabello negro y mirada sádica esperaba a Mirage.

 

–¿Ya despertó? –preguntó sin más.

 

–Así es –el rostro de Mirage se tornó serio cuando cruzó sus brazos y permaneció en silencio.

 

De pronto alzó la mirada hacia Katz.

 

–¿Qué piensas hacer? –preguntó, empero no obtuvo respuesta.

 

–Katz… –continuó con voz endulzada–. Hazme caso, es mejor que dejes esto en mis manos. No tiene ningún caso que lo mates, hace mucho que este chico está acabado.

 

–¿Crees que funcione? –inquirió al volver la vista a Mirage que asintió levemente con una delicada sonrisa en los labios–. Así no te ensuciarás las manos –dejando escapar una risilla malévola–. Además, cuando despierte y se dé cuenta de lo que hizo, quedará deshecho.

 

–Entonces te lo encargo. Pero antes de eso… –Katz rompió el abrazo con que Mirage lo envolviera, para dirigirse a la puerta detrás de la cual se encontraba Kusanagi.

 

–¡Espera Katz! –gritó cuando el chico tomó el picaporte.

 

–Tranquilo –dijo con descaro–, después de todo, no recordará nada una vez que te hayas encargado de él –tras lo cual entró en la habitación cerrándola con llave, dejando afuera a Mirage durante varias horas.

 

Continuará...

 

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Noviembre, 2004

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