Por Kamila
El Invierno del Dragón
Capítulo 9: Orgullo
La bofetada había servido para despertar el antiguo y conocido orgullo Kusanagi. Si bien Kyo se sintió dolido por la reacción del Yagami, el golpe fue lo suficientemente duro para sacarlo de su letargo; como resultado llevaba tres días sin cruzar palabra con el pelirrojo, y no es que se estuviera comportando como una novia u esposa ofendida y caprichosa, nada que ver, solo sentía que su vida no estaba bien. Su vida era un asco y lo que menos necesitaba era sentirse atraído por su enemigo.
Enfocó su mirada en la nieve. Desde que no hablaba con Yagami se pasaba las tardes encaramado a la ventana; viendo el paisaje y devanándose los sesos con pensamientos cada vez más locos, tristes y oscuros. Era increíble cómo en tan poco tiempo su vida había cambiado tanto. De aquel luchador que se enfrentó al mismísimo Orochi hoy no quedaba más que el recuerdo.Había sido secuestrado, su cuerpo humillado en quién sabe cuantos experimentos, su poder robado, tiempo valioso de su vida desperdiciado y sin oportunidad de recuperarlo y como corolario de sus desventuras, estaba casi seguro que aquella persona que lo liberó de ese destino infame era el mismo que hoy estaba tirado en el sofá leyendo y a quien él había jurado nunca más volver a dirigirle la palabra.
Muy a su pesar un suave suspiro escapó de los labios del joven Kusanagi, si Yagami lo notó o no, solo él sabría decirlo. Pero lo que no pasó desapercibido a sus ojos fue la mirada desvalida y angustiada queacompañó esesuspiro. Por un instante, las hermosas avellanas de Kyo reflejaron tristeza y pesar; y aunque durante los últimos días el jovencito se había negado a hablarle, el ver el antiguo brillo orgulloso y soberbio en los ojos de Kyo le había proporcionado cierta tranquilidad a Yagami. Lo que más deseaba era recuperar al Kyo de años atrás, quería traer de vuelta a suantiguo ‘enemigo’, al muchachito orgulloso y confiado, seguro de sí mismo y del poder de su fuego “¿Kyo, aún eres mi enemigo?”. Aturdido por sus propios pensamientos, Yagami regresó a la lectura, si Kyo se daba cuenta que había sido estudiado durante largos veinte minutos, lo mas probable es que se iniciara una nueva batalla verbal.
Pero Kyo, sí se dio cuenta del escrutinio de Yagami. Podían no hablarse ni verse a la cara, sin embargo, Kyo estaba terriblemente conscientede la mirada de Yagami, del fuego que prácticamente quemaba su nuca y su espalda. Cerró los ojos con fuerza y se apoyó contra la pared. ¿Por qué? ¿Por qué era capaz de “sentir” a Yagami? Se puso de pie como impulsado por un resorte, necesitaba pensar y con Iori al lado era imposible. Debía aclarar su mente, no podía continuar siendo indiferente a sus emociones, a su obsesión. Prácticamente corrió hacia la puerta de la cabaña, abriéndola con inusitada violencia. Un instante después el frío exterior acogía a Kyo, a sus temores, a sus innumerables preguntas sin respuesta aparente; pues en el fondo, él conocía esas respuestas; sin embargo, el temor era mayor… temor al rechazo, a la burla, o lo que era peor, a su indiferencia.
Bajó los pocos escalones que lo separaban del suelo cubierto por la nieve y paseó sin rumbo, tan sumergido en sus pensamientos que no escuchó cuando Yagami abrió la puerta y salió tras él. A pesar de las gruesas ropas que traía encima, el frío, calaba sus huesos haciéndole estremecerse de vez en cuando. No estaba seguro de hacia donde se dirigía, pero le había parecido que más adelante se podía ver un lago y aunque a estas alturas lo más probable es que estuviera congelado, la caminata y sobre todo, el estar alejado de la presencia del pelirrojo le harían mucho bien.
Se detuvo sobre una superficie plana, casi resbaladiza y cuando miró hacia sus pies pudo darse cuenta que estaba parado sobre la superficie congelada del lago. Vio sobre su hombro y se sorprendió, sin darse cuenta se hallaba a unos siete metros de la supuesta orilla del lago. También pudo ver a cierto pelirrojo que le observaba desde el barandal de la cabaña. Eso le molestó. ¿Acaso Yagami creía qué él era tan inútil que necesitaba ser vigilado? Enojado, le dio la espalda.
¡Cómo detestaba al pelirrojo! Cada vez que sus ojos se posaban en la magnífica estampa que era su rival, Kyo no podía evitar el sentir que las entrañas le ardían de envidia. ¿Por qué diablos él no podía tener la libertad que tenía el otro? ¿Por qué todo en su vida estaba perfectamente planeado? Casi como un maldito reloj suizo. Desde que conoció al pelirrojo había intentado un acercamiento con él, pero el Yagami ni siquiera se había tomado la molestia de considerar su ofrecimiento y lo había despreciado olímpicamente.
Y no es que él hiciera el ofrecimiento por bondad o algo similar. No, nada que ver. En esa época estaba sumergido en la vorágine de ser el campeón del KOF, de verse rodeado de cientos de aduladores que no hacían otra cosa más que inflarle su, ya de por sí, desproporcionado ego. En esa época apareció Yagami y el mundo de Kyo se vino abajo. El pelirrojo le plantó cara desde el principio y no contento con eso, no perdió una sola oportunidad de reclamarlo como suyo. La vida de Kyo se fue transformando lentamente en un infierno y todo, cortesía del gran Yagami.
Con el pasar del tiempo y sus continuos enfrentamientos, el abismo entre ellos se fue haciendo cada vez mayor, al igual que sus diferencias. Yagami no perdía la oportunidad de llamarlo infantil, mocoso, chiquillo engreído y demás epítetos que solo lograban que Kyo se revolviera furioso contra él. Como contraparte, su familia empezó a exigirle resultados de sus continuos combates con el, cómo le llamaban, a sí ¡Bastardo Yagami!... ¡hum! Cómo si fuese tan fácil, si ellos creían que podían hacerlo mejor que él, pues ahí estaba Yagami, se los dejaba, envuelto en regalo, con lazo al cuello y dedicatoria de por medio. A ver si alguno de ellos podía hacerle frente.
Lo que más le dolió a Kyo fue la conducta de su padre, el líder de la casa Kusanagi no perdía oportunidad de recordarle a su hijo lo que esperaba el clan de él. A veces, Kyo tenía ganas de preguntarle por qué rayos no se encargó él de su Yagami, en lugar de permitirle al inútil de su hijo que mancillara el honor de la familia.
Era en esos momentos que el orgullo de Kyo le ordenaba odiar a Yagami, pero también, era en esos momentos que el pelirrojo hacia algo que terminaba poniendo su mundo de cabeza. Su última acción. No, última no, su penúltima acción había sido arrancarlo de los laboratorios de NESTS y la última recogerlo del medio de la carretera.
Agotado por todos los recuerdos que habían llenado su memoria en tan poco tiempo, Kyo lanzó un suspiro lastimero al tiempo que hundía su barbilla en su pecho… ¿Por qué? ¿Por qué rayos no me dejaste ahí? Todo lo que le pasaba era culpa del Yagami, las discusiones con su padre, las peleas con Yuki, las faltas a la facultad… No, de eso no podía culpar a Iori, los estudios eran cosa de risa para Kyo. No sentía especial atracciónpor ninguna carrera universitaria y le tenía sin cuidado el terminar la facultad; para colmo de males sus participaciones en los torneos habían dejado de emocionarle y solo acudía porque en ellos podía enfrentar al pelirrojo y de paso satisfacer los deseos de su familia.
Su relación conYuki era otro punto flojo en su vida, la emoción y felicidad que lo había rodeado durante sus primeros meses de noviazgo, rápidamente se habían transformado en hastío y apatía, dejando en su interior solo amistad y compañerismo. Pero de eso, sí podía culpar a Iori. El pelirrojo no perdía oportunidad de restregarle en la cara lo insulsa y pacata que era Yuki. Mientras tanto, el desgraciado desfilaba ante sus ojos del brazo de espectaculares mujeres y uno que otro atractivo chiquillo.
Hasta ahora recordaba lo furioso que se puso cuando Beni y él se lo encontraron en una disco a la que el rubio le había arrastrado. Durante toda la noche y después del altercado creyó que su furia se debía a las frases hirientes que el pelirrojo le había soltado; sin embargo hoy, no podía engañarse más. La furia e ira con la que había devuelto cada insulto se debían a los celos que roían sus entrañas.
Y no eran celos de alguna hembra espectacular que estuviese colgada del brazo del apuesto Yagami. No, No y No. Esa noche en cuestión, Iori tenía a su lado a un hermoso y delicado jovencito que a duras penas si llegaba a los dieciocho años.
Esa era otra peculiaridad del Yagami. Las mujeres que por lo general lo acompañaban eran de quitar el aliento, altas, exuberantes, sofisticadas. Sin embargo, los muchachos con los que se relacionaba; si bien eran hermosos, tenían una apariencia delicada. No afeminada, pero definitivamente no eran ni altos, ni exuberantes y mucho menos sofisticados. Pequeños, en comparación a su estatura; hermosos, delgados y sencillos; simples si se quiere, pero muy atractivos. Tanto, que lograban llamar la atención de un frío pelirrojo y encender de rabia la sangre de un Kusanagi.
Kyo elevó al cielo su cabeza, tratando de esconder en ese gesto toda la frustración y pesar que rondaban su corazón y cabeza. Tantos días sin hablar con Yagami no resultaban nada beneficiosos para su salud mental. Sentía que en cualquier momento se rompería el dique que contenía todos sus sentimientos, desbordándose en una peligrosa marejada. Peligrosa para él y peligrosa para el Yagami.
Tan ensimismado se hallaba en sus pensamientos que no sintió el leve crujir bajo sus pies; y cuando vino a darse cuenta, caía en picada a las frías aguas del lago. Para empeorar su situación, el hielo que se había partido bajo sus pies, giró en redondo y volvió a cubrir el hueco por el que Kyo se había deslizado a las aguas sepultándolo.
Desde el porche, Yagami vio a Kyo desaparecer al ser tragado por las aguas del lago frente a sus propios ojos. Lanzando una feroz maldición saltó el barandal y corrió hasta el lugar dónde el muchacho había desaparecido. Le bastaron unas cuantas zancadas para darse cuenta que la parte en la que Kyo se había detenido tenía el hielo quebradizo; con cada paso que daba una nueva grieta surgía en la lisa y fría superficie.
Haciendo acopio de toda su sangre fría, rogó internamente porque el muchacho aguantase hasta que él llegara. Cinco pasos, tres pasos, dos pasos,un paso… ¡Lo encontró!
- ¡KYO!
Con desesperación, Yagami vio que el joven Kusanagi se hallaba atrapado bajo el bloque de hielo que se había partido bajo su peso y que al dar vuelta se había atorado impidiendo que el joven saliera a la superficie. Los puños de Kyo golpeaban frenéticamente el trozo de hielo tratando de moverlo o quizás de romperlo sin obtener ninguna de ellas.
Iori se apresuró en captar la atención de Kyo y con señas le instó a alejarse del lugar en el que estaba; luego, con mucho cuidado se arrodilló sobre la helada superficie y encendiendo su puño lanzó sus llamas contra el trozo de hielo. Inmediatamente, una buena parte de este se derritió bajo el calor de las llamas púrpuras y arrastrándose hacia ese lado jaló al castaño sacándolo del agua.
Sin perdida de tiempo levantó al joven y lo llevó lo más rápido que pudo hasta la cabaña. No se detuvo hasta llegar al dormitorio. Posó sobre la pequeña alfombra que rodeaba la cama a un tembloroso Kusanagi y empezó a quitarle la ropa. Por su parte, Kyo trataba de abrazarse a sí mismo en un vano intento de prodigarse algo de calor, mientras todo su cuerpo se contraía en dolorosos temblores; sus dientes chocaban entre si dolorosamente y sus labios mostraban una ligera coloración violácea.
Cuando le tuvo desnudo, corrió al armario por unos toallones con los que secó vigorosamente el cuerpo de Kyo tratando de infundirle algo de calor a través del improvisado masaje; con otra toalla procedió a secar su cabello lo mejor que pudo y luego lo vistió con una camiseta de franela, un suéter de lana y dos pantalones, el primero de algodón afranelado, y sobre este uno de lana. Lo sentó en la cama y le puso las medias que también había sacado; luego, lo metió bajo los cobertores y corrió a la cocina en busca de una bebida caliente.
En una pequeña olla, vertió una buena cantidad de leche, chocolate en polvo y dos cucharadas soperas de miel de abeja; puso todo eso al fuego y en cuanto hirvió lo vació en un tazón y se lo llevó a Kyo. Encontró al Kusanagi encogido en la cama, abrazándose convulsivamente y haciendo vanos esfuerzos por dejar de titiritar. Se acomodó a su lado y teniendo cuidado de no quemarse, ni quemarlo a él en el proceso, procedió a darle de beber la leche con miel y chocolate que le había preparado.
Le costó un poco de trabajo, pero para cuando Kyo terminó de beber la leche los temblores habían menguado en intensidad. Volvió a la cocina y preparó un segundo tazón. Al finalizar el tercero, ya eran las manos de Kyo las que sostenían la vasija; entonces Yagami se dedicó a poner un poco de orden en el zafarrancho que era el dormitorio. Levantó del suelo las mojadas prendas que le había quitado a Kyo y las llevó al baño donde las echó al tacho de ropa sucia, no sin antes quitarles el exceso de agua; igual suerte corrieron las toallas que usó para secarlo y los zapatos que traía puesto. Después, sacó del armario otra toalla y con ella en mano se metió en el baño.
Sentado cómodamente contra el respaldar de la cama, Kyo escuchó correr la ducha, señal inequívoca de que Yagami estaba tomando un baño. Diez minutos después, el pelirrojo se aparecía en el dormitorio con la toalla enrollada en su cintura y el cabello rojo todavía húmedo. Sin pensar en lo que hacia, Kyo se dedicó a admirar la figura del hombre frente a él. Yagami era alto, de músculos definidos, hombros y espalda increíblemente anchos, cintura estrecha, caderas enjutas, piernas largas y fuertes; y como corolario a todas esas cualidades, el rostro más atractivo que Kyo había visto en toda su vida.
Los curiosos ojos de Kyo le siguieron sin pestañar mientras sacaba del armario unos pantalones a cuadros; seguramente otro de sus pijamas regalo de alguna de sus conquistas. Ajeno al escrutinio al que era sometido, Iori se deshizo de la toalla arrojándola a un lado y procedió a vestirse.
Kyo aferró con fuerza entre sus manos el tazón con los restos de la bebida que Iori le había preparado; pero, por más que trataba no podía desviar sus ojos del cuerpo desnudo del Yagami. Su mirada quedó presa en las nalgas redondas y firmes que poseía el pelirrojo y cuando éste se puso de perfil dejando ver surelajado miembro, su ingle punzó dolorosamente en respuesta. Sentía su rostro arder y por más que lo intentaba no podía desviar sus ojos de Iori, o mejor dicho, de cierta parte de la anatomía de Iori.
Kyo sentía su sangre hervir en sus venas, haciendo un esfuerzo sobrehumano cerró sus ojos fuertemente tratando de escapar a la atracción que el pelirrojo le producía. Fue en esa extraña actitud que Iori le encontró.
- ¿Te sientes bien? - preguntó acercándose a la cama.
- Sí - susurró Kyo; feliz de encontrarlo con los pantalones en su sitio.
Yagami enarcó una ceja, dudando si creer en la afirmación de Kyo o no. Optó por no creer y sin decir nada posó su mano derecha sobre la frente de Kyo y la izquierda sobre su propia frente.
- ¿Qué extraño? no tienes fiebre.
- Por supuesto que no tengo fiebre - aseguró Kyo, mientras, retiraba la mano de Iori de su frente. Lo que menos necesitaba en esos momentos era tener al pelirrojo tocándole.
- ¿Entonces, por qué estás tan rojo?
- ¿Rojo?...pues… quizás… no sé… debe ser por el chocolate que he estado tomando. Sí, debe ser por eso - aseguró convencido.
- Sí, quizás tienes razón.
Con un suspiro de alivio, Kyo le vio alejarse a recoger la toalla y dirigirse al baño. Instantes después, regresó a la habitación con un pote entre sus manos. Se sentó al otro lado de la cama y procedió a frotarse los músculos de sus brazos, hombros y cuello.
- Si gustas puedo ayudarte - ofreció Kyo. Yagami le lanzó una mirada seria y luego sin decir palabra alguna, depositó el frasco en manos del joven.
Kyo se acomodó detrás de Iori y untando sus manos con el linimento procedió a frotar los adoloridos músculos del pelirrojo. Mientras frotaba la espalda de su enemigo, Kyo tuvo la oportunidad de examinar más de cerca la piel de su eterno rival.
Mirando con cuidado, pudo apreciar una gran cantidad de cicatrices cruzar la espalda de Iori a la altura de los omóplatos; algunas de ellas tan delgadas como un simple cabello, pero definitivamente profundas; de lo contrario, no habrían dejado marcas en la piel. Una y otra vez sus manos se empeñaban en frotar esa zona en especial, tratando de averiguar cómo se había hecho semejantes heridas. Sabia muy bien que preguntarle a Iori era arriesgarse a un enfrentamiento; el Yagami era muy capaz de lanzarlo fuera de la cabaña por la impertinencia.
- ¿Terminaste?
- Sí, ya terminé. - exclamó; aunque en el fondo hubiese preferido seguir tocando la piel de Yagami.
- Ahora si no te importa, necesito descansar, por lo que te sugiero que durmamos unas horas.
Uniendo la acción a sus palabras, levantó los cobertores y se metió bajo ellos. Kyo le miró ceñudo, Yagami le estaba tratando cómo si fuese un niño y no estaba dispuesto a tolerárselo.
- Pero yo no estoy cansado - replicó.
Yagami abrió sus ojos y fijó su mirada en Kyo.
- No te pregunté si lo estabas. - antes de que el muchacho pudiese refutar, continuó - Además, después del baño que te diste, necesitas - hizo hincapié en la palabra necesitas - descansar y yo también.
Enfadado, Kyo permaneció en la misma posición, dejando ver claramente que no estaba ni un poquito conforme con la idea del descanso emitida por el pelirrojo. Este a su vez, le miraba imperturbable.
El juego de miradas continuó durante unos minutos hasta que un gruñido molesto salió de la garganta del Yagami. La paciencia se le había agotado y era mejor para Kyo obedecerle.
Levantó los cobertores y le ordenó que se metiera bajo ellos. Refunfuñando el jovencito obedeció. Antes de quedarse dormido, Kyo sintió un brazo de acero rodearle la cintura posesivamente; sonrió feliz y con el pensamiento puesto en el pelirrojo que le abrazaba, se entregó mansamente al sueño.
* * *
Continuará...
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Enero, 2005