Título:
Detalles Insignificantes
Autora: Lain - TOBARESS@aol.com
Resumen: (no se entregó un resumen)
Disclaimers: Iori Yagami, Kyo Kusanagi y KOF, son propiedad de SNK.
Detalles Insignificantes
Cuando abrió los ojos no se sorprendió al ver ninguna luz en la habitación. Las cortinas ocultaban cualquier resquicio de mundo exterior, incluyendo acuosos rayos de luz solar o lunar. Prácticamente ni sabía qué hora era, claro que cuando uno tiene la certeza de que puede morir en cualquier momento (sobretodo en una vida como la suya) esas pequeñas cuestiones mundanas eran... insignificantes. Así que todo estaba en penumbras. Por más que lo intentó, no supo dilucidar cuándo fue la última vez que salió afuera de ese cuarto, un simple y casi desconocido cuarto de hotel. Aunque le parecía que eso fue una noche... recordaba haber estado sediento de nicotina, la cajetilla de cigarrillos estaba vacía, y no tenía nada que comer. Así que como una especie de obligación que lo convertía en mártir, abandonó su inusual quietud para vestirse y salir a la calle, algunas monedas en los bolsillos de su carmesí pantalón. Pero no podía precisar si era de día o de noche, ni qué fecha. Tampoco hacía mucha falta saber qué fecha exactamente, porque esos cuadros (que odiaba denominar "depresivos") se sucedían cerca de una fecha que... honestamente preferiría poder ignorar.
Era una especie de abandono suicida que a veces, y solo a veces, podía pasar por alto al concentrarse en otras cosas. Pero ni la música terminaba por saciarlo, ni las ya esporádicas peleas con Kyo. Se estaba haciendo viejo, más viejo de lo que ya era. Y por unos instantes lo había olvidado, mientras seguía tumbado en la cama deshecha, mirando el techo con ojos vacíos. Su cerebro no había caído en cuenta de qué estaba pasando hasta que la verdad llegó como una luz reveladora, enceguecedora, mortal para su estado anímico. A su edad se le había sumado un número...
Quizá antes este simple hecho le causara algún tipo de placer que lograba ocultar a duras penas, pero se siempre se restringió al ámbito familiar cuando era muy muy joven. Cuando aún le quedaba el pequeño ápice de inocencia infantil. Pero ya esos años tiernos se habían evaporado, se habían convertido en cenizas que volaron con el viento tras haber sido mutilados por el fuego. Y de lo que aún conservaba de niño solo podían enumerarse dos simples cosas: el cabello rojizo y la misma piel del mismo color de siempre. El niño había muerto hacía tiempo... tanto, que a veces le resultaba extremadamente difícil poder recordar esas pequeñas cosas que conformaban su línea de vida. O peor aún, le costaba verse como un niño.
Maquinalmente estiró un brazo, el brazo izquierdo. Sus dedos, ahora torpes, chocaron con el minúsculo velador inservible, que casi se había caído, habiendo rodando por el borde de la mesita de luz hasta hacerse añicos contra el suelo. Estaba buscando la cajetilla de cigarrillos. Cualquier sacrificio material valía el sentir la nicotina circular por el cuerpo. Deseaba fumar un cigarrillo. Y los encontró. Estrujó la cajetilla entre los largos dedos que podían, con toda la facilidad y naturalidad del mundo, tocar encantadores o duros acordes con la guitarra. Y no sólo podían hacer eso, sino también muchas otras cosas, como encender un cigarrillo en momentos de necesidad.
Como ahora.
La diminuta llamita púrpura iluminó la habitación con lúgubres tonalidades azuladas, resaltando más las sombras en vez de iluminar superficies, pero ese no era su fin en realidad. Aspiró fuertemente, casi con gratitud insana, esa bocanada de humo mortal. La brasita brilló, roja e incandescente, como un pequeño sol en el vasto universo microscópico. Y las motas de polvo, que sobrevolaban sobre su cabeza y cuerpo y sobre todo el mundo terrenal, eran las estrellas sin orden que se desplazaban lentamente alrededor de él. Como en una órbita caótica que no tenía bases, no tenía sentido, pero que existía.
Exhaló con suavidad el humo azulado, grisáceo, y entrecerró los ojos. La respiración lenta y tranquila, y los pensamientos lentos y pausados, y la absoluta certeza de no tener que hacer nada, de no tener ninguna razón por la cual levantarse de la cama, por la cual salir al mundo para caminar por las calles, ni mucho menos para ahondar en cuestiones insignificantes como lo era su día de cumpleaños.
Y ahí estaba él, tirado en algún hotel de alguna ciudad en alguna parte del planeta Tierra, fumando en la oscuridad.
* * *
Tenía las manos enfundadas en los bolsillos de su costoso y largo abrigo negro. No hacía frío, sin embargo se lo puso, y como tampoco hacía calor no le molestaba. Los anteojos que le cubrían parcialmente los ojos, cubrían también con un velo de oscuridad opaca los diversos rostros en ese mar de gente que era la zona comercial de Tokio. Las voces, todas unidas en un murmullo colectivo sin fin, parecían un zumbido intermitente en sus oídos ensordecidos por pensamientos tenebrosos. Y la vista paseaba, saltando de las baldosas del suelo hasta los pendientes de una mujer hermosa, que observaba concentrada un escaparate de joyas importadas. Y de esos pendientes de rubíes y diamantes, se posaban a los semáforos, y de los semáforos a una ventana perdida entre el universo de concreto y granito y cristales y dinero.
Suspiró. El aliento salió pesadamente por las fosas nasales, y los párpados pesados, y las manos en los bolsillos, y el cigarrillo encendido entre los labios pálidos.
No se sentía parte de ese lugar, ni de ningún otro que no fuera una arena de combate. Ahí en donde su instinto asesino prevalecía ante las preocupaciones netamente banales, y donde podía hacer cualquier cosa sin tener que escuchar a nadie, ni siquiera a su conciencia. Y donde podía ser finalmente él mismo y mostrarse tal cual era, en vez de estar desesperándose en la oscuridad de un cuarto de hotel cualquiera, pensando como un miserable en un cumpleaños que le resultaba tan ajeno como la ciudad por la cual estaba caminando.
De todas formas, resolvió, ahora no tenía ganas ni de pelear. Escupió el cigarrillo.
Y fue cuando sintió un apretón en el hombro. Alguien había posado una mano sobre su hombro y él no se había percatado de nada hasta que fue demasiado tarde. Y antes de girarse para ver de quién se trataba, un fugaz pensamiento cruzó por su cabeza así de la nada. Pero decidió ignorarlo, porque conocía la respuesta a la pregunta antes de que ésta fuese formulada.
-Sabía que eras tú- dijo Kyo, con una especie de sonrisa triunfadora. Al lado de Kyo, bien aferrada a uno de sus brazos, estaba la Kushinada, es tal Yuki. Ella tenía un ceño de preocupación, un algo como miedo reflejado en sus ojitos de niña, un algo de infantil en su actitud.
-Kyo, creo que deberíamos irnos - sugirió ella, en un susurro que esperaba no escuchara la mole pelirroja que parecía, sin ánimos de ofender, una bestia sanguinaria. Nada comparable con el apuesto y caballeroso novio que tenía, un guerrero excepcional, de buena familia, buenas costumbres y etc.
Kyo pareció notarla, después de haber observado minuciosamente a su eterno rival con disimulo, en micras de segundo. Sonrió lo más gallardamente que pudo, y dirigiéndole a ella una mirada de comprensión dijo:
-Tienes razón ¿Por qué no hacemos una cosa? Ve al restaurante donde tenemos las reservaciones, ¿de acuerdo?- ella iba a decir algo, pero la silenció con una mano en su boca.- No, escúchame. Ve y espérame, enseguida estaré contigo-.
-Pero me lo prometiste, y seguramente llegarás impresentable. Yo sé lo que significa el que él esté aquí, tú te irás a pelear-.
Iori estuvo a punto de seguir su camino, no tenía ni la más remota intención de estar en el medio de una discusión irrelevante de una niña malcriada con un idiota como Kyo. No estaba de humor como para eso. Pero otra vez la mano lo retuvo por un brazo, obstaculizándole el camino. Se deshizo de ella tras un tirón resuelto. Puso una cara de asco y, afortunadamente para él, sus lentes ocultaban la opaca indiferencia que le causaba todo el asunto.
-Yuki-chan, sólo necesito unos minutos para intercambiar unas palabras con él. Había olvidado algo que acabo de recordar, y eso lo concierne a él. Por favor, por favor, ve y espérame en el restaurante-.
-No pienso ir a visitarte al hospital no pienso llorar más por ti nunca más- susurró ella, ofendida. Clavó los tacos de sus zapatos en las baldosas al retirarse, y sus ligeros pasos femeninos fueron adicionados por un fastidio tajante.
Ambos se quedaron mirando la espalda de ella mientras se marchaba, hasta desaparecer entre esa masa de miembros, ropas, voces y perfumes. Iori revolvió en uno de los bolsillos y rebuscó, hasta encontrar la mitad de un cigarrillo que había guardado hacía mucho tiempo, y que guardaba para casos de emergencia. Lo colocó con toda parsimonia en sus labios, y sacó del otro bolsillo un encendedor de plata. Encendió el cigarrillo y como por inercia aspiró larga y profundamente.
Kyo observó atentamente los pómulos de Iori.
-Después de hacerme partícipe de tu discusión, temo tener que irme- dijo Iori, su voz profunda más profunda por el placer de fumar.
-¿No quieres pelear?- preguntó Kyo, alzando una ceja.
-No, no tengo ganas Permiso-.
Iori le dio la espalda, y comenzaba a alejarse resueltamente sin la intención de volver a mirar atrás. Había algo que no estaba del todo bien, y él lo sabía, pero no tenía ganas de ahondar en esas cuestiones. No ahora. Quizá más tarde, quizá otro día.
-Hoy es 25 de marzo, ¿lo sabías?- le gritó Kyo, pues no lo seguía y él ya se había alejado lo suficiente. Pero se detuvo al oír esa fecha tan repudiada por sus años.
Se volteó, su cara hecha una piedra que no decía nada. Kyo tomó esto como una señal para acercarse, y eso hizo, con pasos tranquilos y seguros y, a qué negarlo, algo fanfarrones. Una sonrisa jugueteando en sus labios, confiado en haber dado en el blanco, de haber descubierto la razón de una actitud incomprensible.
-Hoy es 25 de marzo ¿Y qué con eso?- dijo Iori. Ni un ápice de emoción.
-Que, si mal no recuerdo, hoy es tu cumpleaños-.
-¿Y?- repitió.
-Y nada. Supongo que lo había olvidado, lo recordé recién cuando te ví. Por eso te detuve-.
-Si solo querías decirme eso, te hubieras ahorrado las molestias. Si no tienes ningún regalo para mí, puedes largarte, porque no tengo ganas de perder el tiempo con contigo-.
-¿Regalos? Ah, si, regalos No, creo no tener ningún regalo para ti . Aunque también creo poder decir que no es una obligación para mí, ¿no? Es decir, creo que nada es mejor que lo que me diste para mi último cumpleaños - el rostro se le ensombreció al recordar.
-¿Eso crees?- murmuró el pelirrojo, una sonrisa sádica y minúscula adornando su rostro.
-No lo creo, estoy seguro En fin, creo que por aquí debo tener algo-. Dicho esto, Kyo comenzó a hurgar entre los bolsillos de su Jean, de su chaqueta. Tenía el ceño fruncido.
Y con una sonrisa, sacó algo del bolsillo trasero de su pantalón. Con toda la ceremonia del mundo, tomó una de las manos de Iori y allí colocó un paquetito brillante. Iori no podía ver qué era, porque la mano del chico castaño seguía sosteniendo la suya, y por ende, ocultando el regalo. Pero cuando su mano quedó libre, su cerebro tardó unos segundos en comprender lo que era.
Un condón.
Frunció el ceño, la palma abierta sosteniendo su regalo, y en sus pupilas opacas brilló un débil resplandor de furia asesina.
Ante el silencio de Iori, Kyo rió.
-¿Qué? Es eso o nada. Uno nunca sabe cuándo está de suerte, eh? ¡Ah, Yuki me matará si no me apuro! ¡Hasta luego, Iori Yagami! ¡¡Y Feliz Cumpleaños!!-.
Iori lo vio irse corriendo, siguiendo el mismo camino que aquella Kushinada. Cerró el puño con fuerza, de su puño brotaron llamas que quemaron el condón. Ignoró por completo las miradas y gritos escandalizados de las personas que lo rodeaban, quienes se hicieron rápidamente a un lado al ser testigos de algo imposible.
Alzó el labio en señal de asco cuando las cenizas cayeron de su mano. Aspiró una última vez y escupió el cigarrillo.
-Uno nunca sabe cuándo estará de suerte -.
* * *
Cuando abrió los ojos no se sorprendió al ver ninguna luz en la habitación. Las cortinas ocultaban cualquier resquicio de mundo exterior, incluyendo acuosos rayos de luz solar o lunar. Prácticamente ni sabía qué hora era, claro que cuando uno tiene la certeza de que puede morir en cualquier momento (sobretodo en una vida como la suya) esas pequeñas cuestiones mundanas eran... insignificantes. Así que todo estaba en penumbras. Por más que lo intentó, no supo dilucidar cuándo fue la última vez que salió afuera de ese cuarto, un simple y casi desconocido cuarto de hotel. Aunque le parecía que eso fue una noche... recordaba haber estado sediento de nicotina, la cajetilla de cigarrillos estaba vacía, y no tenía nada que comer. Así que como una especie de obligación que lo convertía en mártir, abandonó su inusual quietud para vestirse y salir a la calle, algunas monedas en los bolsillos de su carmesí pantalón. Pero no podía precisar si era de día o de noche
Estiró un brazo y cogió la cajetilla de cigarros. Se puso uno en la boca. De la punta de un dedo nació una pequeña e insignificante llamita púrpura, que iluminó escuetamente la habitación. Con esa llamita encendió el cigarrillo, y una vez encendido aspiró larga y profundamente. Exhaló el humo por los labios entreabiertos y
Y por alguna extraña razón recordó algo que bien pudo haber sido un sueño. Recordó una situación tan hilarante, tan imbécil
Y en medio de esa habitación que no conocía, en medio de toda la oscuridad opresiva que no le molestaba en lo absoluto, rodeado del humo azulado o grisáceo, su risa resonó entre malévola y divertida.
The End
Notas de Lain:
¿Qué
puedo decirles? No escribí nada yaoi después de todo. Pequeñas
alusiones, quizás. Es un defecto producto de cuentos que no poseen nada
de perverso, ingrediente esencial para que yo pueda escribir lemons o algo por
el estilo. Fue un récord escribirlo en un día, pues había
olvidado que el 25 era el cumpleaños de nuestro querido pelirrojo (cosa
que no debería sorprenderles, porque incluso olvido las fechas de cumpleaños
de mis familiares ¬¬u). Aunque me quedó corto después
de todo. Si bien me costó un tanto, porque imaginar a Iori deprimido
resultaba algo
imposible. Pero bueno, así ha quedado, y por favor
traten de omitir este pequeño defecto ^^-. Mil gracias.